Faltaba un minuto para el toque de queda como resultado del asesinato de George Floyd y estaba ansiosa por llegar a casa. Había sido una semana del Día de Conmemoración de los Caídos surrealista en Minneapolis. Se habían saqueado y quemado por completo cuadras enteras de la ciudad, incluidas una estación de policía y una sucursal de mi empleador. Miles de manifestantes bloqueaban la autopista y había llegado la Guardia Nacional.