Mi madre siempre ha sido sorda. A medida que fui creciendo, su pérdida auditiva definió nuestra relación, tanto directa como indirectamente. De niño, no entendía por qué otros niños podían hablar con sus padres siempre que lo deseaban y yo tenía que luchar contra el ruido ambiente o repetir varias veces lo que decía solo para que me dijeran que debía tratar de repetirlo después, cuando no hubiese ruido de fondo.